SINOPSIS
A la Caza de una exclusiva
4º libro de la Serie Cazadoras
¿Qué pasaría si, por ansiar tanto una exclusiva, te encontrarás con el amor de tu vida?
Andrea Rico es una periodista que trabaja en una revista del corazón y que está dispuesta a todo por conseguir las mejores noticias. Por ello, no dudará en hacer hasta lo imposible para lograr cubrir uno de los enlaces más taquilleros en el mundo de la farándula, aun cuando los novios deseen mantener todo en la más absoluta reserva.
Sin embargo, no estará sola para enfrentarse con Sam Davis, responsable de la organización de tamaño evento. No obstante, ambos se llevarán más de una sorpresa en el camino.
Amor, tensión, intriga y mucho más. Descubre el final de esta divertida serie.
GÉNERO
Comedia romántica.
FECHA DE PUBLICACIÓN
2 marzo 2018
PERSONAJES PRINCIPALES (así me los he imaginado yo):
- Andrea (hermana de Nicolás, de A la caza de un seductor)
- Samuel Davis.
Prólogo
El silencio invadía el largo pasillo tintado de negro. La más
pura oscuridad rodeaba a aquella figura que caminaba lentamente hacia la puerta
de la que emanaba un débil rayo de luz. Tomándose su tiempo, se acercó y asió
el pomo para entrar directamente, sin ni siquiera llamar.
—¿Le ha visto alguien?
Antes de responderle, dio media vuelta y cerró. Tras hacerlo,
se desplazó hacia la mesa que ocupaba el centro de la estancia.
—No.
—Siéntese. —Asintió y cogió la silla, tomó asiento y aguardó—.
¿Quiere? —Le ofreció un cigarrillo. Negó con la cabeza y observó cómo se
encendía el suyo y daba varias caladas; las manos le temblaban. Se notaba la
indecisión en cada poro de su piel; una vez más, se preguntó si no se habría
equivocado al confiársele—. Usted dirá. He de reconocer que he meditado
profundamente sobre sus últimas palabras y mentiría si no admitiese que la idea
ha rondado mi mente tortuosamente. ¿Ha hilvanado todo bien? Nos jugamos mucho
con esto. —Dejó escapar el humo que fue desplazándose por toda la habitación.
—Esa no es la pregunta. Lo que realmente importa es: ¿piensa
llegar hasta el final?
—Haré cuanto sea necesario para impedir ese enlace.
Sonrió.
—Bien.
—¿Cuánto me va a costar?
—Digamos que unos treinta mil para empezar.
—¿Cuándo será?
—El día de la boda.
—¿Sufrirá? —Tragó saliva mientras lo preguntaba. Apoyó las
manos en el escritorio y se levantó. Fue hacia el mueble de su izquierda, cogió
un vaso de cristal y se sirvió un generoso trago de coñac que apuró en un único
sorbo.
—Solo lo necesario.
—No. Ni un rasguño. Sigo sin entender por qué ha de ser ella.
Deberíamos ir a por Alex Sinclair, él es el culpable de todo.
—Usted quiere asestarle la
estocada final, y eso solo será posible si lo dejan plantado en el altar.
Sufrirá tal humillación pública que no podrá alzar la cabeza del escondite en
el que se resguarde. Jamás sospecharán que ha sido secuestrada porque haremos
que parezca que lo ha abandonado.
—¿Y cuando la suelte? Irá corriendo a sus brazos, ¿no?
—Bueno, tengo hilvanada esa parte también. Durante su
cautiverio le demostraré cuan engañada está con él. Le juro que cuando
contemple las pruebas que he preparado, cambiará de parecer con respecto a su
querido prometido, será ella la que me pida enterrarlo bajo tierra.
Escuchó su carcajada y vio cómo friccionaba las manos a modo
de anticipación.
—Estupendo, ese sí sería un buen redoble. —Regresó a la mesa,
abrió un cajón y sacó un talonario que rápidamente cumplimentó. Firmó y se lo
brindó.
Sonriendo, lo cogió y saboreó la cifra que resaltaba sobre el
papel. Treinta mil dólares, los primeros de muchos más que pensaba sonsacarle.
Sus ojos se llenaron de codicia y se despidió de su cómplice estrechando su
mano.
Le aseguró que no debía preocuparse por nada y volvió a confirmarle
que ella no padecería, y lo hizo majestuosamente, conteniendo la risa que
pugnaba por salir. Por supuesto que pensaba hacerla sufrir, no ansiaba otra
cosa desde hacía mucho tiempo. Soñaba día y noche con ello. Imaginaba su muerte
y la ansiedad le embriagaba al pensar que tal anhelo se cumplía. Esa zorra
tenía las horas contadas y lo más divertido de todo es que nadie sospecharía de
su implicación. Cerró la puerta y por fin se liberó de la carcajada; sería otra
persona la que pagase el pato, una a la que acababa de desplumar…
1
Andrea entró en su despacho y se derrumbó en la silla. Observó
el montón de documentos esparcidos por la mesa y enterró la cabeza en ellos,
soltando un sonoro suspiro. Luego escuchó el móvil y gimió al leer el nombre en
la pantalla, de quien la llamaba.
—Hola… —susurró temerosa de la reacción que le aguardaba—. ¿Me
odias mucho?
—Todavía lo estoy pensando, mala pécora.
—No sabes lo mal que me siento, Bea. Pero me fue
imposible coger un avión. Estamos hasta arriba con esta noticia, mi jefe se
muere por la exclusiva y mi puesto pende de un hilo. El sábado me dieron un
chivatazo, estuve todo el fin de semana fuera y lo cierto es que fue en balde.
Sigo igual que estaba, sin nada sólido. Cuando vi vuestras fotos, te juro que
hasta lloré de impotencia, no me puedo creer que me haya perdido tu boda —se
disculpó, realmente contrita.
—Lo sé. Y todo por culpa de esa alimaña. Alfred. Si pudiese
agarrarlo de los pelos, le quito los pocos que le quedan —gruñó su amiga
con su especial encanto—. Ahora, que me he desquitado.
—¿Qué… qué quieres decir?
Andrea comenzó a temblar. Cuando a su amiga se le metía algo
en la cabeza, más valía salir huyendo, y si no, que se lo dijesen al que ya era
su marido, Peter Carrasco, a quien decidió demostrarle su amor de la forma más
peculiar: conquistando el ruinoso castillo en el que él se había guarecido para
lamerse las heridas al creer que la había perdido. Ella, a lomos de un burro y
empuñando una cacerola, había decidido sitiar el desgastado montón de piedras,
propiedad de Peter, y su corazón. Sin embargo, eso no fue lo más extravagante
de aquella historia, lo peor vino cuando decidió pedirle matrimonio al
considerar que él se estaba tomando su tiempo. Había armado una buena deteniéndolo
en el aeropuerto disfrazada de agente, lo esposó y le ofreció la libertad a
cambio de que se uniese a ella para siempre.
Con estos antecedentes, Andrea solo podía temerse lo peor,
porque si Bea disfrutaba con algo, era, como bien afirmaba ella misma:
«metiendo el moco en la vida de los demás». La periodista se creía a salvo de
ello porque básicamente vivía demasiado lejos y solo cuando regresaba a España
se reencontraba con sus mosqueteras, como las definía Bea por el WhatsApp.
El grupo estaba formado por
Sara, su cuñada, que también tuvo una turbulenta historia con su hermano
Nicolás, con el que se había disputado el puesto de socio administrativo del
bufete en el que trabajaba. Y Ruth, hermana de Sara, que acabó enamorada del
enemigo. El dueño de la agencia de publicidad de la competencia que había sido
capaz de hacerse pasar por homosexual para espiarla. Por supuesto, los
tentáculos de la querida y entrometida Bea estuvieron presentes en todos esos
romances.
Andrea se hallaba fuera de su alcance, o eso creía.
—Bueno… Digamos que lo seguí por Facebook con un perfil
falso.
—¿Y…?
—Me lo ligué.
—¿¡Qué!?
—Tranquila, que todo atendía a un plan bien elaborado.
—Eso es lo que más me preocupa.
—Nena, no subestimes el poder de las rubias. Lo hechicé de
tal forma que conseguí lo que me proponía: me invitó a pasar unos días con él.
—¿Te dijo dónde estaba? No me lo puedo creer. Nadie ha
conseguido saber de él en las últimas semanas, ni siquiera Richard, nuestro
editor jefe.
—Tuvimos una larga conversación. Es un poco guarrillo, por
cierto. Le va olisquear los calcetines, ¿te imaginas? Yo me metí en el papel,
ya sabes que lo doy todo cuando estoy de incógnito. Me puse en plan loba
también, del palo de «pues no veas los que tengo yo… Cada vez que salgo a
correr, me guardo uno bien mojadete y con pestuza….». El tío casi rompe la
pantalla del subidón que le dio porque seguidamente me envió por el chat los
billetes para el viaje.
—Estoy alucinando. Bea, ¿cuándo coño pasó eso? ¡¡Si te casaste
este sábado!!
—Ah. Hará un mes o un poco menos.
—¡¡¡Quéee!!!
—Sospeché que me necesitabas. Antes de irte de España, me
contaste que tu ayudante Cameron te había llamado para decirte que esa
lagartija te iba a quitar la exclusiva, te despediste y volaste para Nueva
York. Entonces yo supe que tenía que ayudarte. Al principio, se hacía el
durillo, pero poco a poco me lo fui camelando, lo conquisté cuando le hablé de
mi maletín de torturas sexuales. Se ofreció como víctima. Eso a Peter no le
hizo tanta gracia, aunque pensó que estuve maravillosa en esa conversación, es
que le pedí asesoría, como también es un poco raro… Ojo, que a mí me encanta, pero los
trucos de Rafa no surtían efecto y tuve que recurrir a mi espléndido maridito.
—¿Rafa? ¿A cuántos más has involucrado? —Andrea pensó en el
alocado compinche de Bea y sintió hasta lástima por el rastrero de Alfred, su
compañero de redacción y el más taimado del periódico Hunting, en el que
Andrea entró como becaria y tuvo que hacerse un hueco hacía ya casi cinco años.
—Solo los tres. Bueno, Ruth me retocó la foto; quería
hacerme pasar por un pivonazo pelirrojo. Al final, como no encontrábamos
ninguna que se ajustase a mis exigencias, me planté una peluca y le envié mi
imagen, que ella modificó. Sabía que Alfred no se podría resistir a mí. Si
quieres hacer algo bien, debes hacerlo tú. Hasta exponer tu seductor cuerpo con
el fin de ayudar a una querida amiga.
Andrea soltó una carcajada. La diseñadora seguía tan modesta
como siempre.
—¿Y Sara se quedó al margen?
—Tu cuñada movió sus hilos y confirmó que el tío se alojaba
en el hotel que me dijo. Lo que no le pareció tan bien fue la visita, sobre
todo, porque cambiaba mis planes, aunque te confieso que tampoco me supuso
mucho, me atrae más esta aventura. Las pirámides de Egipto seguirán allí
esperándonos.
—Espera, ¿qué visita? ¿Ya no vais a Egipto de viaje de novios?
—Hombre, Andrea, no creías que te traería la información
sin verificar, ¿no?
—¿¡Quedaste con él!? Pero ¿cómo? No entiendo nada.
—No, no.
—¡Qué susto!
—Iremos esta tarde. Tú y yo preguntaremos a los empleados y
Peter comprobará si Alfred está alojado allí, así nos cercioraremos de que los
datos son correctos. Ay, es que no te lo había dicho… ¡Prepárate! Si la montaña
no va a Mahoma, Mahoma cruza el mundo para subir en ella y verla.
—Quieres decir que… —su voz salió tan débil que dudó de que
Bea la hubiese escuchado.
La hoja de madera que la protegía del exterior se abrió de
golpe. Andrea, con sumo estupor, contempló a una arrebolada rubia que entraba a
su despacho con vehemencia, ataviada con un vestidito rojo y un sombrerito
marrón. Su mano derecha sostenía fuertemente un teléfono. Tras ella, un hombre
muy sonriente, cargado de maletas, la saludó con la cabeza. A Andrea se le cayó
el móvil y la mandíbula se le desencajó.
— ¡¡Estamos en Nueva York!!
Sooorpreeesaaa —vociferó la otra lanzando el sombrero al aire y corriendo hacia
sus inertes brazos.
Andrea arrulló a su amiga y lloriqueó mientras musitaba:
—Joder…
2
Alex Sinclair se acomodó en el sofá en el que aguardaba a
Regina Banks, su prometida. Admiró la amplitud del elegante salón y volvió a
sentir ese desasosiego que lo perseguía siempre que pensaba en la familia de su
futura esposa.
Los Banks eran dueños de medio país, tenían tantas empresas
que al joven actor le costaba recordarlas. Él no estaba exento de dinero, pues
era de los afortunados, había podido hacer de su pasión, su profesión y hasta
ese día no le había ido nada mal en el mundo de la actuación. Claro que soñaba con
hacer películas de mayor envergadura, pero por lo visto era ideal para la
comedia romántica, como bien mostraba su cuenta bancaria y los numerosos
contratos que le llovían.
Durante años disfrutó de esa vida, incluso aquel niño humilde
de antaño olvidó sus orígenes y aprendió a absorber cada una de las
experiencias que estaba viviendo, disfrutaba de los beneficios que le deparaba
el éxito. Mujeres, abundancia y fama. Acaparaba las exclusivas de todas las
revistas y le encantaba. O al menos, así era hasta que un día se topó con Regi
y su mundo se puso patas arriba.
Aquel día un multimillonario excéntrico lo había contratado
para representar junto a su mujer la escena final de Un beso prometedor,
una de sus películas más taquilleras. Alex se negó en redondo, pero Rita, su
representante, había aceptado por él y, con la maldita excusa de darle
publicidad, lo había sometido a tal bochorno.
Ni qué decir que a la señora casi le da un espasmo cuando vio
el regalo de aniversario. Por un momento, había parecido que iba a rechazar la
actuación, pero cuando el joven actor ya se relamía de agradecimiento, la vio
correr hacia el escenario y empuñar el micrófono. Había recitado toda la
parrafada de memoria y ni lo había dejado decir sus últimas palabras, pues lo
tumbó con un pegajoso beso del que solo se pudo librar cuando su esposo la
separó y la alejó de él.
—Alex —lo había llamado Rita—. Escucha. Sé que no va a
gustarte, pero…
—¿Qué has hecho ahora? —había preguntado molesto. Ella intentó
sonreír despreocupadamente, pero había fallado. Alex se temió lo peor.
—Solo será una hora más. Un par de bailes y…
—¿¡Qué!?
—El señor Folcret ha ofrecido un extra muy suculento si bailas
con tus fans durante un rato.
—Rita. ¿Soy, acaso, un mono
de feria? ¡Deja de exhibirme! ¡¡Estoy harto!! Harto de tus estúpidos contratos,
de que no me consultes y de ti.
—Cuida tus palabras. Sin mí no habrías llegado donde estás.
Eras un don nadie que no salía más que en anuncios de mala muerte cuando yo te
descubrí.
—¿Que me descubriste? Conseguí el papel de Rafael sin tu
ayuda. ¡No te debo nada! Tú eres la que más se ha beneficiado explotando mi
nombre.
—Está bien, tranquilicémonos antes de que ambos digamos algo
de lo que nos arrepintamos después. Mira, ya he acordado esto. Cumple y te juro
que a la próxima lo hablaremos antes.
Alex tenía la firme intención de negarse, pero varias
octogenarias lo habían atacado en ese mismo instante y lo arrastraron a la
pista. Una hora después, sudoroso, sobado y con los mofletes llenos de carmín
rojo, había conseguido escapar de la atenta mirada de esas obsesivas fans.
Corrió como un poseso, con la cabeza vuelta para ver si las
había despistado, cuando chocó contra alguien, cayó al suelo junto a su pobre
víctima y justo cuando se incorporaba para disculparse, ella le había sonreído
y él, había olvidado hasta su nombre. Regina Banks, la hija del mejor amigo del
anfitrión y la próxima dueña de su corazón.
—Cariño, ¿estás aquí? —Una voz femenina lo trajo a la
realidad—. Pareces ido.
Alex movió la cabeza y despejó los recuerdos. Con una sonrisa
lobuna, se levantó de un salto y fue hacia ella para besarla.
—Estaba pensando en cómo nos conocimos.
Ella sonrió.
—Umm, me arrollaste, me lanzaste al suelo y, luego, me
obligaste a huir contigo y refugiarnos tras la barra. Aquella noche descubrí
que el Sinclair de las revistas nada tenía que ver contigo.
—Y yo supe que haría todo lo posible por volverte a ver.
—¡Me perseguiste día y noche! Ni siquiera sé cómo diste
conmigo.
—Bueno, tengo mis contactos.
—Lo único que lamento de todo aquello es lo rápido que saltó a
la prensa. Me habría gustado un poco más de intimidad.
El gruñó. La cogió de las manos.
—Sigo creyendo que la responsable fue Rita. Esa mujer es una
tigresa en su profesión.
—Por eso es la mejor, Alex.
En el fondo, la adoras.
—Ja. No negaré que es buena, pero a veces da bastante miedo.
Cuando se propone algo… Es capaz de lo que sea.
—¿Ya has hablado con ella?
—Sí.
—¿Y?
—Lo entendió. Lamentó la decisión y me advirtió que, si aparco
mi carrera ahora que está en lo más alto, quizá después me cueste volver.
—Alex, puede que tenga razón. Igual no deberías dejarlo.
—Regina, ya lo hemos hablado. Tu familia…
—Se acostumbrarán.
—No. A tu madre no le orgullece que su futuro yerno sea actor,
y menos uno que ha dado tantos escándalos en los últimos años; sé que teme que
arruine el apellido.
—Madrastra. Y te casas conmigo, Alex, no con ellos. Te quiero
tal y como eres. Actuar te hace feliz y no veo bien que aceptes el puesto que
mi padre te ofrece en su empresa solo para contentarlos.
—Será temporal, cariño. Además, sabía dónde me metía cuando
pedí tu mano.
—Pero…
Alex la besó e intentó que olvidara el tema. Jamás le
confesaría que ese había sido el requisito para obtener su mano. Los Banks eran
demasiado respetables como para aceptar a alguien como él, y solo cuando
accedió a convertirse en la sombra de Frank Banks, le permitieron seguir con el
romance.
Unos tacones sonaron por el pasillo y Viola Banks, su cuñada,
hizo su entrada. Lo miró de arriba abajo con sus intensos ojos marrones y le
sonrió maliciosamente. Alex podía leer el deseo que inflamaba su mirada y la
envidia que le tenía a su hermana. Desde que habían anunciado el compromiso,
estaba más insistente, sus ataques eran evidentes y a Alex le preocupaba
muchísimo su actitud. ¿Sería capaz de evitar la boda? Varias veces se le había
insinuado y él, del modo más amable posible, rechazó las invitaciones, pero
ella seguía insistiendo y, a media que se acercaba la fecha del enlace, se hacía
más vehemente. Ni siquiera se atrevía a hablar del tema con su prometida.
Viola era una mujer que siempre se salía con la suya, anhelaba
algo y lo conseguía a como diese lugar. En ese momento, lo deseaba a él. Y eso
lo aterrorizaba.
—Regi, Sam está al teléfono. Parece urgente. —Le pasó su
móvil.
—¿¡Has cogido mi teléfono!?
Sabes que odio que lo hagas, maldita sea —manifestó Regina muy enfadada.
La otra se encogió de hombros y sonrió.
—Estaba en la cocina, sonó y, al ver que era Sam, respondí.
¿Qué pasa? Organiza tu boda y yo te estoy ayudando, no es para tanto. A la
próxima, lo ignoraré y, si es importante, pues mira, te quedas sin saberlo. —Se
dio media vuelta, ofendida, e hizo el intento de marcharse.
Regina suspiró.
—Espera, Viola. Lo siento. —Rio entre dientes—. Estoy muy
nerviosa últimamente. Solo quedan dos semanas y hay mucho que hacer todavía.
Temo que todo se estropee de un momento a otro.
La otra asintió.
—Tranquila, lo entiendo. Bueno, salgo a hacer unas compras. Si
papá pregunta, dile que vuelvo a la hora de comer. —Antes de marcharse, observó
a Alex y le guiñó un ojo—. Adiós, cuñadito.
Regina esperó a que desapareciese y se acercó a Alex,
preocupada.
—Seguro que no es nada, cariño —la calmó él, adivinando sus
angustias—. Anda, contéstale.
Regina respiró y se puso el móvil en el oído.
—¿Sam?
—¡Regina, por fin! Tenemos que hablar inmediatamente.
—¿Qué ha pasado?
—¿Estás con Alex?
—Sí, sí. Está aquí. Dime, te escuchamos. —Puso el manos
libres.
—Han filtrado la noticia de la boda. Es un artículo breve
que confirma la fecha y el lugar, pero no entra en detalles.
—¡¡Mierda!! —exclamó Alex.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Pasaremos al plan B. Tenemos tiempo, así que no os
preocupéis. Será una boda maravillosa, tal y como os prometí.
—Confiamos en ti, aunque te juro que estoy de los nervios.
Igual deberíamos dejar las cosas como están y hacerlo allí.
—No, Regina. Cuando entraste en mi oficina, me pusiste un
requisito para firmar el contrato con nuestra agencia, que no hubiesen
periodistas, y yo te aseguré que lo conseguiría. Te
prometo que no van a estropearlo. Además, sabíamos que podía pasar, por eso
escogimos otro lugar.
—Menos mal que los dos me encantan, si no, habría sido un
desastre.
—Sam, ¿cómo pueden haberlo descubierto?
—No lo sé, Alex. Alguien habrá
vendido la exclusiva, pero os juro que descubriré quién es y, de paso,
averiguaré quién ha sido el maldito redactor que ha publicado la noticia.
Tendré a ese A. R. bien vigilado para que no vuelva a jodernos. Mientras,
intentad mantener en silencio la nueva localización, al menos, en los próximos
días. Reforzaré la seguridad y os prometo que me dejaré la piel para evitar que
esos buitres consigan algo más.
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